liberando a un hermano
Contempla a tu hermano con el deseo
de verlo tal como es. Y no excluyas ninguna parte de él de tu deseo
de que se cure. Curar es hacer íntegro. Y a lo que es íntegro
no le pueden faltar partes que se hayan dejado afuera. El perdón
consiste en reconocer esto, y en alegrarnos de que no haya ninguna forma
de enfermedad que el milagro no tenga el poder de curar.
El Hijo de Dios es perfecto, ya que de otro modo no podría ser
el Hijo de Dios. Y no lo podrás conocer mientras creas que no merece
librarse de todas las consecuencias y manifestaciones de la culpabilidad.
De la única forma que debes pensar acerca de él si quieres
conocer la verdad acerca de ti mismo es así:
Te doy las gracias, Padre, por Tu perfecto Hijo, pues en su gloria veré
la mía propia.
He aquí la jubilosa afirmación de que no hay ninguna forma
de mal que pueda prevalecer sobre la Voluntad de Dios, el feliz reconocimiento
de que la culpabilidad no ha triunfado porque tú hayas deseado
que las ilusiones sean reales. ¿Y qué es esto sino una simple
afirmación de la verdad?
Contempla a tu hermano con esta esperanza en ti y comprenderás
que él no pudo haber cometido un error que hubiese podido cambiar
la verdad acerca de él. No es difícil pasar por alto errores
a los que no se les ha atribuido efectos. Mas no perdonarás aquello
que consideres que tiene el poder de hacer del Hijo de Dios un ídolo.
Pues en ese caso él se habrá convertido para ti en una imagen
sepulcral y en un signo de muerte. ¿Podría ser eso tu salvador?
¿Podría acaso el Padre estar equivocado con respecto a Su
Hijo? ¿No será más bien que te has engañado
a ti mismo con respecto a aquel que se te dio para que lo curases a fin
de que tú te pudieras salvar y liberar?
Fuente: UCDM, T-30.VI.8
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